ENVIDIA

Ayer publicamos una entrada de Jacaranda en la que detallaba las difíciles relaciones entre las familias de Laura y Javier. Todos tenemos amigos y familiares que han sufrido las consecuencias de un divorcio y es evidente que, salvo en casos muy especiales, la separación es un proceso doloroso, porque no siempre los dos cónyuges lo quieren y lo entienden y, sobre todo, es tremendamente difícil cuando se tienen hijos, pudiendo ser un trance devastador para todos o algunos miembros de la familia. He conocido los suficientes casos para entender a Laura y comprender su dolor e impotencia, incluso el rencor que tiene y manifiesta hacia su padre por todo lo que sufrieron cuando decidió dejarlos y formar una familia con otra mujer. Ella considera que no ha sido un buen padre y demanda que no le haya dado lo que le corresponde, tanto personal como económicamente. Hasta aquí creo que todos podemos empatizar con ella y entendemos que esta mala experiencia la haya podido marcar, pero esto no significa que podamos justificarla como persona y en nuestro caso, como concursante. No sé cómo es Laura en su vida normal, fuera de la casa de GH, ni tampoco es asunto mío, pero si me atengo a lo que me está mostrando dentro, no hay nada que justifique el odio abismal que siente por Javier, producto de algo que me da auténtico terror porque conlleva siempre destrucción.

La envidia es tan propia de la idiosincrasia de la humanidad que hasta los dioses son envidiosos y no quieren prestar nada, así castigan a los generosos, como Prometeo que tuvo que robar el fuego para dárselo a los hombres. Y hay envidiosos famosos como la historia de Abel y Caín o Rómulo y Remo. El mismo William Shakespeare nos la describe al presentar al “pobre Yago” loco de envidia y odio, por lo que provoca los celos de Otelo hasta que éste mata a su mujer Desdémona. Bajo el embrujo de la envidia, Laura no sólo es incapaz de alegrarse por Javier, sino que se muestra incansable buscando motivos para criticarlo. Parece como si Javier fuese un espejo donde ve reflejadas sus propias frustraciones. No sé si será  complejo de inferioridad, pero sin duda Laura necesita canalizar su insatisfacción juzgándolo continuamente.

No hay día en que no repruebe de alguna manera sus éxitos o pertenencias, ya sea una cama, un coche, ropa o su participación en una serie de televisión, tratando de hacerle inferior para que no esté “por encima” de ella. Cuando no busca sus errores para resaltarlos siempre atenta a qué hora fallará o su destino cambiará para mal. Se ha proclamado enemiga incansable de todos aquellos que mantengan una buena relación con Javier. Enseguida declaró la guerra a Fran gracias al cual Javier destacaba más. Con Alejandro ha llegado incluso a tontear y chantajearlo emocionalmente, obligándolo a preferirla por encima de Javier. Y a Lucía no sólo la ha insultado, sino que la tiene en el punto de mira, siendo su actitud cada vez más agresiva. No hay prueba en que no lo acuse de hacer algo mal, ni gesto o frase que no le critique con ahínco delante de todos sus compañeros, logrando que Javier sea siempre el blanco preferido en las nominaciones. Desde que bese la pulsera de su novia a que permanezca callado ante sus ataques y desprecios. Todo lo retuerce, lo tergiversa, miente adaptando la realidad a su propia conveniencia para hacerle daño. Parece disfrutar de sus errores o fracasos de tal manera que estoy convencida que se alegrará más de que este concurso no lo gane él a que lo gane ella. Apostaría a que Laura el jueves pasado estaba inmensamente más satisfecha de haber vencido en la primera nominación al mejor amigo de Javier en el concurso que de salvarse.  Lo de ella con Javier es una obsesión enfermiza que sólo hace destacar su soberbia, intransigencia y mala leche, y, por el contrario, la educación,  el saber estar y la paciencia de él.

No es que Javier sea el mejor concursante de la edición, ni siquiera estoy todavía segura de que sea una buena elección de casting, pero es tal el calibre de los ataques que está recibiendo por parte de Laura y sus aliados en esa casa, que casi no dejan otra opción que defenderlo. También es cierto que en ocasiones ha estado bien, certero, y que no hay nada que podamos reprocharle como persona, es un chico encantador. No vamos a pedirle que pegue un golpe en la mesa y se enfrente a la dictadura que algunos imponen en esa casa, porque posiblemente esto no vaya con su personalidad,  pero sí que al menos deje a un lado tanta contención. Cuando volvió Laura de la sala de expulsiones, siendo el expulsado su mejor amigo, observé que no paraba de apretar la mandíbula. Es un gesto que hace a menudo y que refleja su impotencia en determinadas ocasiones. Es como si tuviera miedo a Laura, como si se contuviera a la hora de  tomar decisiones o adoptar determinados comportamientos para evitar sobresalir, destacar o brillar, y así que ella no se enfade aún más. Es verdad que no toda la culpa es de ella y que quizás a él le falte carácter o que con o sin Laura no vaya a ser de ninguna manera un buen concursante, pero lo que es innegable es que ella lo coarta, lo tiene sometido a una presión psicológica fuerte, casi lo acosa mientras él sigue manteniendo el tipo viendo como muchos de sus compañeros se le echan encima reclamándole más atenciones  y cariño hacia una “hermana” que no es tal, ni hermana ni amiga, que ni siquiera lo respeta, lo nomina y a la mínima oportunidad que tiene intenta dejarlo mal o humillarlo, partiendo de verdades que nada tienen que ver con él o directamente de mentiras. Para la guerra de Laura todo vale, todo se ve bien e incluso se apoya por la mayoría, para la no guerra de Javier, pocos lo acompañan.

La tiranía, la prepotencia y el ojoviguismo de esta chica sólo es comparable con la de Julius, al que cada vez más compañeros se atreven a cuestionar por su manera de tratarlos y de hacer las cosas. Lucía decía el sábado en la radio que quería que se fuera en la próxima expulsión porque era la única forma de que esa casa fuera de todos por igual. Belén llevaba días diciendo que no le gustaba su forma de decir las cosas, que  a veces se ponía violento y que se la iba a liar. Finalmente, después de mucho anunciarlo, ayer domingo terminó hablándolo directamente con él, llamándolo “metiche” y “liante” entre otras cosas. No es que le faltara razón a Belén, pero tiene algo que no me termina de convencer y no tengo claro cuáles son sus verdaderas intenciones. Incluso en esta conversación con Julius, el hecho de que proclamase tantas veces sus intenciones de liársela, me despista, no me da buena espina. Prefiero mil veces más a Carlos, al que le sopla tener toda la casa en contra, ha tenido movidas con casi todos, y no duda en decirle a Julius que lo que pretende imponer es una dictadura, y sin embargo es de los que mejor se llevan con los demás. En realidad es un tío sano, que sabe reírse de sí mismo, nada rencoroso y con una capacidad tremenda de borrar de su mente nimiedades. Cada vez que le echan algo en cara su respuesta es: “Ah, ¿sí?, ¿no me digas?, no me acuerdo, ¿me lo cuentas?”. ¿No es genial?

Mayra Gh