MALAS HIERBAS

Siempre que me recuerdo de niña surge en mi mente la imagen de la cal en las paredes y el empedrado en los suelos, el pozo de aguas claras, los arriates de donde germinaban los tallos de rosales, jazmines y madreselvas y un sinfín de macetas donde crecían las hojas del geranio cuyas flores rojas, al igual que las rosas, brillaban bajo el sol del mediodía, rodeando a un enorme limón. El patio de mi abuela Teresa era mi lugar preferido del mundo, por el olor, por la alegría y sobre todo porque ella siempre estaba allí. Era una artista de la jardinería que adoraba a las plantas y las plantas a ella. Si a alguna vecina se le  marchitaba alguna de sus macetas se la llevaba a Teresa y ella la resucitaba. Allí las rosas no eran rosas, ni los geranios, geranios, cada planta tenía su nombre, como Juanita la Soleá, que me hacía mucha gracia, y los de todos aquéllos que habían regalado tallos a la abuela. Realmente su patio era un pequeño pueblo dentro del propio pueblo, donde la mayoría de los vecinos estaban representados por su pequeña contribución. Ella decía que todas las flores tienen algo especial y cada una de ellas tiene una personalidad, como nosotros. Yo siempre me enfadaba, porque cuando le preguntaba a qué flor me parecía, ella me contestaba “a un girasol”. Entonces me quejaba, quería ser alguna más bonita, como una rosa o una hortensia, pero ella insistía “eres y serás un girasol”, y se reía. Con ella aprendí lo poco que sé de jardinería, y que nunca he llevado a la práctica, y muchas cosas de la vida. Vivir casi 90 años te hace ser muy sabio.

Siempre me decía lo difícil que era controlar las hierbas dañinas, pues como crecen rápidamente, invaden el espacio de otras plantas, limitando sus necesidades de luz y agua. Según ella eran igual que las personas agresivas, que exteriorizan sus intereses y conquistan sus necesidades, no siendo la agresividad  en sí misma positiva ni negativa, pero sí el instinto de la fuerza propulsora. Es decir, que lo que realmente define su naturaleza es la motivación que hay detrás de la acción. Ser  directos y enérgicos puede generar conflictos o soluciones, según la intención de nuestros actos. Si comparáramos esta edición de Gran Hermano con un jardín, estoy segura que mi abuela estaría de acuerdo en que Laura y Julián son malas hierbas que hay que arrancar de cuajo.

Laura está resultando ser preocupantemente egoísta y narcisista, una chica cuya meta es únicamente seguir su propio impulso sin considerar los límites ajenos, como ha ocurrido recientemente con Liz.  No sé si es una persona que sufre constantemente porque no sabe resolver sus conflictos, pero me resulta inaguantable esa actitud de ataque que mantiene contra todo y contra todos. Como si no supiese proceder de otro modo, el  que reaccione con agresividad frente a  acontecimientos de lo más insignificantes parece revelar un complejo de inferioridad importante. Ese hábito de defenderse antes de ser atacada, interpretando todo como una amenaza contra su persona, …, y esa chulería macarra… En realidad su padre siempre me ha parecido un ignorante acomplejado incapaz de mirar a los ojos cuando habla con alguien, que disfruta humillando a los demás para lograr sentirse mejor consigo mismo. Y ya sabéis: “De tal palo, tal astilla”.  Los que defienden a Laura se escudan en, según ellos,  su necesidad de atención o carencias. Como que ataca para compensar su falta de estructura emocional y de seguridad afectiva, creando un círculo vicioso de abandono y soledad. Es decir, agrede para llamar la atención de que algo le está faltando. Para mí es un cabrona, para qué andarnos con rodeos. Es amarga, fuerte, salvaje y dañina. Lo único bueno que tiene es que cubre la falta de un buen casting, es decir, llenar algo el vacío de esta edición. LLenarlo de mierda, pero llenarlo al fin y al cabo. Quizás si algún día estuviese dispuesta a lidiar con sus conflictos… Quizás. Pero ganar la edición y hacerse sálvames desde luego no contribuirán a ello.

Y ahora vamos con Julián, “la eterna víctima”. No hace falta aclarar que hay situaciones reales de victimización, y que por supuesto la persona en cuestión necesita dedicación y comprensión para salir de su estado de conmoción y vulnerabilidad. Pero dicha condición no es eterna, ni tiene por qué ser un sello que la persona lleve a donde vaya. Después de salir de la situación difícil o de impotencia concreta, seguir en el papel de víctima para mí es una opción, no una realidad inapelable. El victimismo de Julián hace que esté salvaguardado de la crítica ajena, tanto de sus compañeros como de buena parte del público que llevan años siguiendo sus desgracias por televisión. Por eso, cuenta con la compasión y la comprensión de muchos, haga lo que haga. Incluso parece que si algunos lo atacamos somos unos insensibles o desalmados, cuando en mi caso, lo que veo es que sigue una estrategia que hasta ahora le ha dado resultado. A Julián pueden haberle pasado muchas cosas, malas…y buenas seguro, como a todos nosotros, pero no por ello le vamos a conceder una especie de inmunidad por la cual todo lo que dice es verdad, todo lo que hace es bienintencionado y todo lo que piensa es legítimo. Si hiciéramos eso estaríamos consintiendo ser víctimas del chantaje emocional del que va precisamente de víctima. Julián ha hecho de su sufrimiento, cuidadosamente expuesto, un currículum vitae. Y en este programa, se ha envuelto en una especie de tristeza, que está utilizando como caparazón, pero no para protegerse, ojo, sino para ganar. Ganar dinero.

Por cierto, si me preguntasen que planta sería Carlos, diría que un limón, como el del patio de mi abuela, brillante y cargado de frutos, rodeado de las malas hierbas.

Mayra Gh